viernes, 17 de septiembre de 2010

IN THE PENDIENTE

Intento de Alteridad. 15 de septiembre, 2010. Vaya experiencia la de salir a las calles con los intransigentes y su retórica y poética, con la voz como estandarte de lucha interna. La emoción vibrante por todo el cuerpo permanecerá en mi recuerdo y no se verá distorcionado por el carnaval, perdón, desfile de irracionalidad colectiva que presencié en Av. Revolución y atormentó mi placidez. No criticaré las petéticas celebraciones bicentenarias de mis adversos; que si se comercializa con la historia y el folckore mexicano, que si es un pretexto para embriagarse, una justificación para bandalizar, que si conocen o no la historia de México, que si son unos ignorantes o que si la apatía social es parte de un fenómeno sociocultural, que si la iglesia católica castiga a quienes no celebran, que si el conformismo está insertado en la psyque del mexicano, que si carecemos de identidad personal o que si la identidad colectiva es pura algarabía, que si somos como unos ciborgs con defecto de fábrica. Situándonos en nuestro espacio-tiempo, es inconcebible tan desmesurada fiesta que de "patriótica" (nunca lo fué) se convirtió en caótica, y pintarojearse la cara o ponerse el top de shakiras tricolores y enseñar el ombligo, o adquirir tu moustache para salir a gritar con más euforia por el alcohol que por el orgullo y/o sentimiento de ser mexicano, cuando actualmente nos gobierna un genocida que nos lleva sútil y arbitrariamente a una depresión. México, (como diría Mafalda) es un país IN THE PENDIENTE.

En Plaza Santa Cecilia, alrededor de las 9pm leí por primera vez en voz alta y con el corazón palpitante. Aquí comparto el poema que me evocó momentos, imágenes, impotencia, el fuego artificial del festejo sucedido por el fuego que se dispara a quemarropa.

Octavio Paz
Acabar con todo.
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde visible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

¿El avión?

Hoy, alrededor de las 12:30 del día, con el sol calcinando cada poro de mi piel,
caminaba lento, lento. De pronto me encontré cansada y me detuve para sacar mi
credencial de estudiante y poder hacer efectivos los últimos cinco pesos en mi
cartera. Mientras tanto reflexionaba que, más allá de mis impredecibles
circunstancias, son mis percepciones paradójicas las que me llevan a posponer
diversos procesos burocráticos. Algo así como negación involuntaria, conveniente e
inconveniente a la vez. Volví en sí cuando el camión que debía tomar, pasaba
frente a mi cuerpo inerte, caluroso y hambriento.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

San Lunes

Lunes 30 de agosto, 2010.

No puedo ni recordar el clima de esa mañana. Usualmente recuerdo a detalle los días importantes o trascendentes, lo que me hace pensar en la motivación que dejé olvidada al igual que mi desayuno en ese primer día premeditado y a prisa. De regreso a la cotidianidad, a la vida universitaria, al andar de entes sin nombre, de seres impersonales que forman parte de una masa moviéndose en cámara lenta mientras yo, en pausa, observo. Primera clase, Diagnostico Socioeducativo, insustancial como era de imaginar. En más de una hora no logré comprender la incoherente explicación de la materia. Los rostros con el bostezo pintado y las miradas hacia todos y ningun lado, transcurrían los minutos y nada; después de ese nada el maestro decide ir por su café matutino. A su regreso, esperaba el momento en que sucediera algo interesante, mínimo que derramara ese café sobre el escritorio, o que hubiera un inesperado simulacro de incendio, o mejor aún, que fuera besado por Atenea y le sacudiera las ideas. Ya divagando me encontraba al imaginar mi desesperación, mi trance, mi existencialismo caótico durante el resto del semestre (¿o cuatrimestre?). Después de esa guerra dramática entre la apatía subdesarrollada y andante sin rumbo que irrita aún más que los rayos ultravioleta a mis pupilas y la imcompetencia docente vestida de bufón carente de racionalidad para trasgredir cualquier deficiencia amenazante, pude salir al viento.


Lunes 6 de septiembre, 2010.

Ha transcurrido ya una semena y cada día tengo largas discusiones con el inconsciente, dedido no ir detrás de ese arquetipo que desea hundirme en la tragedia y no desistir a mis ideales. Ya una vez, en mi desmesurado ataque de ira decidí dejar de simular y abandoné la fidelidad a una materia impartida por este mismo bufón, en ese festival de mediocridad y egoísmo aunada al trivial canto de pretenciones. Hoy, desperté contenta después de ese sueño mitológico en el que espadas luchaban en una danza de pasiones, aunque mi memoria no parece un fiel recuerdo de lo ocurrido, queda un bizarro paisaje en tonalidades grisáceas. Llegué con una actitud distinta, un tanto positiva a mi escenario de risas. Cuando la clase se volvía atractiva y fluian las opiniones, pasó lo inaceptable, lo que no experimentaba desde aquel semestre de terror. Como toda persona respetuosa de las opiniones de sus compañeros, levantaba mi mano. Tenía las palabras prescisas en la punta de la lengua y mi brazo estirado sin angustia. Veía innumerable cantidad de metrónomos alrededor de este canto pretencioso haciendo lo suyo. El individio me miró, lo miré, sonrió, lo miré, y con su rostro sin vergüenza y sollozos enigmáticos me negó la palabra, me limitó el pensamiento, dejó ver una completa desigualdad como todo un docente sin ética, no conforme le dió la palabra a otros antes que a mí. Sentí un calor en mi rostro como rara vez se manifiesta a esas horas de la mañana. Todo se torno borroso, callado, y la única imagen nítida era esa tremenda masa de cuerpo esputando palabras en off. Envuelta en un cólera irremediable, veía sin observar, oía sin escuchar. Ganaron torpeza e ignorancia irrumpiendo violentamente en toda mi serenidad (...)