Me gustan esos días en los que te
topas con seres con tanta luz y valentía; dignos de sí, de su pasión por la
vida y el corazón, el corazón abierto para sanar la marea de cadáveres
pensamientos, por lo grotesco de estas ráfagas gotas de lluvia. Dos emblemas
configurados en el cielo se trazan un segundo de luz en la memoria, no son
gotas de lluvia, son lágrimas de reconocer la voluntad en la mirada, y en el
viento azotando las ramas enraizadas con la seguridad, de quien tiene la
esperanza de no morir sólo, de morir y nacer un siglo antes con mis amigos,
mirando el cielo y contando sueños en lugar de estrellas. Tú tienes un
cataclismo en la mirada, puedo ver mi sombra, en el humo que espiro bajo la
noche, bajo la nada contenida en el borde del tiempo...
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La semana
pasada, durante uno de los festejos y conmemoraciones por el día Internacional
de la Mujer, conocí a unas mujeres muy talentosas que representaban una obra de
teatro; me rompí en millones de partículas de la emoción.
El día de
ayer, fuimos invitados e invitadas a leer durante la Primera Feria del Libro
Usado en la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas. Llevamos Kodamas (libros
cartoneros) y leímos poesía. Llegaron Mavi y Luna; Clara, Cynthia y Xavier, a
compartir el delirio puro de la cabeza incendiada. La causalidad que estalló en
el espacio isomorfo, fueron unas muchachas estudiantes que dejaron su estela de
atardeceres y suspiros, que nada podían significar ese momento irrepetible. Unas
voces para dar la vuelta al mundo en un parpadeo, nos mantuvieron atentos y
atentas con las canciones que entonaron a capela; pero el fulgor y la locura
fue Citlali, quién declamó el Padre Nuestro Latinoamericano de Mario Benedetti,
con soltura y plenitud, con sutileza y proyecciones para no volver… para
imaginar el mundo desde el techo de un árbol roto.
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Fotos: Karen Márquez y René Castillo, coordinador de El Grafógrafo: Libros y Café. |