martes, 22 de octubre de 2013

Aurora



Mi madre duerme. He fumado, tirado el humo a uno de los sacos que cuelgan en mi ropero. Escucho a Vivaldi. Fue intenso releer a Emmie. No recordaba lo cabrón que escribe. Me duele el pecho. Suenan ecos por los conductos de mis cavidades. Me has partido en dos de una estocada, verticalmente, sinuoso cuerpo desmembrado, uncida estoy por la viscosidad de mi interior. Con dos toques me he puesto demasiado. Sigo preguntándome si será la sustancia o mi propio veneno lo que me vuelve depresiva. Solían ser graduales los cambios de ánimo. Ahora son así, arrebatados, bruscos. Me siguen las sombras de mi habitación: una vela encendida, la lámpara a un costado de mi cama haciendo abanicos de luz sobre la pared. La pared es verde, yo reclino el lado izquierdo de mi rostro en ella, la siento fría como la temperatura de mi corazón. Porque también él se ha vuelto inerte y con tendencia al congelamiento. Pero brotan gotas, se aviva una corriente debajo de las faldas de mi corazón impávido. Se resiste. Pulsa de adentro hacia afuera, se hincha como la respiración de un toro, o de un caballo. Luego me vuelvo entera, tibia y agonizante, pero de cara al cielo que me ha visto llorar de madrugada. La voluntad-león atraviesa como rayo de sol de aurora. Ya viene. He de renacer. Quizá es lo que tratabas de decirme, pero yo no me he dado cuenta,
no me he dado cuenta, 
no me he dado cuenta, 
no.


Imagen: Aurora, por Guercino

No hay comentarios:

Publicar un comentario