viernes, 29 de abril de 2011

Útero



A Rosa Armida, mi madre



Recuerdo cuando la niñez era tan plácida como saborear una nieve en cualquier estación del año; cuando me regañaban por pisar descalza, -‘te vas a enfermar’ –me decían; cuando dibujaba yo trazos delirantes con gises de colores; recuerdo cuando solía volar con mis patines por el vertiginoso asfalto y me llenaba de raspones la piel, y para mí la sangre de mis heridas era como acariciar las nubes. Hubo un momento en el que los sabores se hicieron amargos y mi lengua ardía al no poder decirlo, las llamas y los sucesos consecuentes se reflejaron en aquella niña introvertida. Recuerdo también cuando realizaba ya pensamientos demasiado hipotéticos, durante mi adolescencia desorientada y divagando por el amor y desamor de un abandono, fui generando juicios indolentes carentes de razón; aquellos días de nadar en un pantano de recuerdos que no experimenté nunca me hicieron quererte, necesitarte, percibir sentimientos reales de coraje e impotencia, y a pesar de eso quererte aún más. Ahora lo sé y puedo detenerme y ver el viaje cósmico de mi existencia. Y no necesito excusas ni razones ni arrepentimientos. Recuerdo cuando no contuve el llanto al verte acostada en una cama que no era la tuya, en ese momento, al verte tan pálida, me di cuenta de que no querría nunca verte sufrir, ni por causas físicas ni emocionales. Aquella era la cama de un hospital donde tu cuerpo fue lesionado. Extrajeron de ti el útero, el seno materno. Pero no es éste sólo un órgano, una masa de zonas anatómicas, es sobre todo un lazo invisible que nos une y unirá eternamente. Soy tu sangre, soy tu llanto y tu risa, tu fuerza y tu debilidad. Soy el canto que repetía junto a mi hermana en aquellas tardes de verano, íbamos a casa de una vecina cristiana, íbamos a ensayar en un coro una canción dedicada a las madres:

Tengo en la vida un ideal y un amor sin interés
que se hace grande y fuerte (…)
Es el amor de mi madre
esa mujercita querida
la amaré toda la vida
óyelo en mi cantar
la amaré toda la vida
óyelo en mi cantar


No recuerdo más, sólo que durante años cantaba yo en silencio esos versos alojados en mi memoria. Y no lo sé, por alguna razón me sigue pareciendo hermosa, será la añoranza de aquella inocencia con la que entonaba esa melodía.
Hace unos meses que me vi morir y re-nacer. Me encontré de pronto en el piso rodeada de sangre en los brazos de mi madre y escuché cómo me llamaba desesperada, como si hubiera yo permanecido en un umbral durante unos segundos, en esos segundos sé que vi imágenes hermosas, los trazos de una vida manifestados en luz, una luz sublime y seductora donde se reflejaban recuerdos que no puedo describir. Sé hoy que mi juventud no me hace más fuerte, ni más valiente ni impávida. He asumido mi vida como una serie de causalidades universales, consciente de mi muerte y celebrando la vida. Explotando como supernova y liberando energía en irrupciones desarticuladas. Hoy celebro tu nacimiento. Gracias a un día como hoy de 1959 en que tu luz se expandió, y hoy me veo aquí acariciando estrellas fugaces y haciendo música con ellas, totalmente renovada.
Tanto me has dado que ni todas la palabras inventadas de este mundo, ni todas las flores cortadas para ti, ni todas las fragancias estimulando tu sentido, podrán decir un poco de lo agradecida que estoy de ser parte de ti.


Imagen: Wilfred Sätty