Hace unos días pensaba en la representación
poética de la danza, en que me conecta con fibras de las emociones, las
afecciones, me activa. Ayer, por primera vez practiqué la danza del vientre. El
ritual es como un emblema que de-construye, como la disolución del caos dionisíaco.
¿Y qué si la escritura fuese como
el soplo de los presagios? Como sacarse el corazón abriendo un hueco, dar lectura
a una cortina de sangre, a la cartografía de un cuerpo profano. Yo fui una
sirena, me regocijé en bancadas de lirios y nenúfares. Sobre las piedras del
camino escribí: “iluminadas por la noche/ tres híbridos de mujer y ave…”. Anoche era la noche. Bajo las nubes grises e
inciensos de sándalo, sumergidas en un ritual de vida, tres mujeres danzamos a la tierra. Como un codex, la música
escribe al corazón, la ingravidez del cuerpo arroja púlsares con cadencia y
calma. Un clarinete rompe halos nocturnos, el vientre se vuelve nacimiento de
sol, acústica de un espacio entre voz y viento, siempre el viento. Nuestros
pies se prenden al ramaje del suelo, de la tierra, cuerpos-círculos, movimiento, energía plúmbea, continuo resonar conjunto, danza, danza, gira. El ahogo
escapa, vuelvo a la raíz.