El arte oculta su origen para
hacerlo presente
como apariencia[1]
El pasado miércoles asistí a un Slam de Poesía
organizado en el marco del Encuentro Nacional de
Estudiantes de Literatura en la UABC, realizado en el tercer piso de Le DrugStore -esquina Cuarta y Revolución-, en el
centro de Tijuana. Observaba el espacio al que nos adentramos y la vibra que me
generaba, como de otra época en la ciudad; además, tantos jóvenes reunidos para
un evento de poesía a nivel nacional, que no podía dejar de comparar el
contexto –por exagerado que parezca- con uno de los movimientos más importantes
durante los años cincuenta: Los beatniks, quienes además de la concepción
contracultural y política, fueron considerados como una fraternidad.
Pensaba en los lazos amistosos, más que
artísticos –o como diría Mavi Robles-Castillo: “porque la poesía es importante,
pero más importantes son los amigos”- que se generan en encuentros como éste,
donde convergen interpretaciones actuales del escenario creativo en diferentes
puntos de la república.
“Slim, Slum, Slam”
Para
comenzar, diré que no se trata de una crítica al Slam, sino que hablaré de mi
experiencia en este evento en lo particular. Como un preludio, he de decir que
me pareció interesante la propuesta de poesía sonora a cargo de Azul Cobalto,
una grupo compuesto por una chica con una voz suave y melódica interpretando poemas
de Neruda, Benedetti, Longfellow y Sabines; acompañada de un muchacho desplegando
sus manos para enredarnos en los acordes limpios y sugestivos de su guitarra.
El malestar vino después.
No es el Slam, sino
su diversidad de interpretaciones
“Lo que
es un hecho es que el arte sonoro puede ser música pero no toda la música es
arte sonoro”[2], diría I. Martínez en un
ensayo sobre poesía sonora, a lo que yo agregaría: el Slam puede ser poético,
pero no toda la poesía es Slam. En lo personal, no me considero estudiosa de la
propuesta –sea considerada escénica o no- del Slam Poetry, ni he seguido a detalle el desarrollo de esta
manifestación a nivel nacional e internacional; sin embargo, -y reitero, hablando de mi experiencia
particular en este encuentro- no fue un sabor agradable el que me dejó, e
ignoro si ese sea uno de los propósitos del mismo.
Una vez colocados los micrófonos y las luces
como reflectores de un Set de
televisión, nos adentramos en un
formato similar al de un reallity show,
un certamen de belleza –como señalaba Yaxkin-, o bien ya podríamos imaginarnos
–dignamente-, en un “Poetas por un sueño”.
Desde la presentación de los poetas y del
jurado, oscilaba una capa de espectáculo televisivo: un preámbulo demasiado
extenso, saturación de clichés que sólo aludían a una superficialidad. Alrededor
de nueve participantes, cada uno de ellos con tres minutos para su participación
-algunos leyeron, otros improvisaron, otros sólo se subieron a pajaronalgonear-, la dinámica consistía
en que luego de cada participación, los tres miembros del jurado otorgaban una
calificación entre 0 y 10.
Si
bien no es la primera vez que asisto a un Slam de poesía –fue en 2011, durante
el VI Encuentro de poesía caracol-, si es la primera en la que observo que
trasciende la competencia por encima del texto y del mismo acto creativo; y una
catarsis desmesurada y hostil por encima de la interpretación del otro, -en
este caso: espectador- y de los lazos
que se crean en un microuniverso donde la poesía podría ser incluso un eje
unificador, antes de volverse antagonista.
No
dejo de considerar las diversas opiniones que pudieran desprenderse luego de
esta experiencia, tales como la importancia de que exista una plataforma que
permita la libre expresión de aquellos que se identifiquen con la propuesta del
Slam; sin embargo, me es difícil dejar de lado esa vibra imperante de
competencia entre iguales ante la que me encontraba, de “yo soy más chingón que
tú porque…”, incluso escuchar insultos y denigrar el libre espacio
interpretativo; eso es y seguirá siendo para mí, un acto grotesco.
Sería
interesante hablar de la propuesta del Slam en su totalidad, pero sobre todo,
qué significado le estamos dando quienes coincidimos en estos espacios en la
ciudad, donde el arte y la literatura es lo verdaderamente importante; y ver si
resulta paradójico o no que en el escenario actual de nuestro país, tan falto
de cohesión social y la integración de un escenario tan diverso como el
nuestro, llegué a ser una plataforma necesaria para la expresión –con todo el
significado que esta conlleva- o tan sólo se vuelva un espacio más para la
reproducción de patologías y patrones coludidos a la figura de poder.
Y más
aún, resulta interesante observar otras propuestas estéticas en torno a la
actual poesía joven mexicana; ya que es así como se van desentrañando las
diversas concepciones y significaciones acerca del acto poético, así como de
los elementos básicos con lo que –el Slam- se desarrolla: la voz y el cuerpo;
ya que el mismo acto creativo se invisibiliza hasta llegar a sobrevalorar
cualquier exaltación del cliché, volviéndose un acto sensacionalista, efímero.
Es decir, el cuerpo como erotismo y acto sexual, no me resulta novedoso.
Y
bueno, he de reconocer que no todo fue furia y competencia, hubo una chica
–paticipante-, quien me comentó vino de Monterrey al encuentro
interuniversitario de literatura, y que fuera de lo que ya conocía, o de lo
fatuo que no causó mayor sensación, se apoderó de mi atención, ya que fue
totalmente genuina y a la vez con una fuerza expresiva
muy particular.
La “micro-corrupción”
de la poesía
Casi al final del arrebato de pasiones –hasta parece nombre de
telenovela- en el que nos encontrábamos, comenzamos a bromear sobre realizar
próximamente el primer POE-TÓN, y veríamos desplazarse a la poesía en una silla
de ruedas como acto propagandístico. Posteriormente nos encontramos ante una
segunda ronda de finalistas, donde el
jurado ya no tenía voz ni voto, sino sería el aplauso del público el que definiría al ganador.
No sé si mi aparato auditivo se encuentre un poco atrofiado, pero resultaba
un tanto evidente el triunfo de un muchacho rapero que logró prender a los
asistentes, la sorpresa fue que el presentador
repitió la hazaña de los aplausos
para terminar otorgando un empate entre el rapero, y un poeta que luego de su
segunda participación, me hizo decidirme –su tuviera que elegir- por el rapero.
Fue
así que, luego de alrededor de tres horas, concluyó el evento con los gritos de
la palabra “corrupción”; que volviendo a la parte de la poesía como un eje
unificador, en un contexto donde la individualización y el ego se
predisponen, me desencantó por completo
la vibra de los asistentes, y donde peor aún, en una ciudad donde luchamos
diariamente por otorgar credibilidad a la consciencia participativa y a la
creatividad, tuve que escuchar absurdos tales como: “Si no eres de Tijuana,
vales madre!”. Pena ajena, muchachos, pena ajena.
Sábado 6 de octubre, Tijuana 2012.
Karen Márquez Saucedo