domingo, 10 de marzo de 2013

Prohibido cerrar los ojos

Existe un dilema constante en mi vida, incluso cuando siento la necesidad de tomar una pluma y comenzar a escribir, me pregunto dónde está la tinta negra. No quiero azul ni ningún otro color. El negro me gusta. Pinta una profundidad en las palabras y es como si fuesen pantanos vistos desde la punta del árbol de mis ojos.

Caminaba encubierta, sigilosa, pensativa, con mis gafas oscuras. Segura y decidida pues para días como estos, donde la incertidumbre causada por los males de la mafia institucional provoca malestares impredecibles, hay que mantener la actitud correcta. Caminando por la Avenida Revolución, justo frente a la entrada a la plaza del mismo nombre, pensaba en el valor comercial de las artesanías, los mexican curios; en el paso lento de la renovación de la que fue la primera avenida de la ciudad. Un hombre me intercepta, mi pensamiento se vuelca y rebota en el pavimento. Me habla. El hombre me habla, me pregunta: “Ya no abrieron, oiga?”. Inmediatamente reconozco su rostro. Se trata de un vendedor. Me ha recordado de los días en que abría la librería infantil, en donde con frecuencia, en el transcurso de las horas llegaba a tener uno que otro visitante. Mis diálogos con el vendedor, casuales y efímeros, se remitían contantemente como a una búsqueda utópica, perpleja. “Donde está la gente?” –vacilábamos-. A su pregunta, le respondo que ha debido cerrarse por falta de dinero para pagar la renta. Me despido y le deseo buen día. Sigo caminando y tomo un taxi. Pienso en cómo las cuestiones económicas están intrínsecamente ligadas a la dinámica social, colectiva. Es difícil no detener la vista. Incluso cuando veo a un hombre con aspecto de migrante corriendo en sentido contrario al tránsito, en plena vía rápida. No yendo de un extremo a otro, sino nadando contra corriente. Con-tra-corrien-te. Esas imágenes. Son como rayos catódicos infiltrándose en mi cerebro, y no quiero agachar la mirada ni pasar inadvertida, quiero re-conocer. Y para ello hay que mostrarnos reales, completos. Coexistir. Dejo de escribir con la tinta negra que tanto me gusta, y leo un sticker pegado en uno de los asientos del taxi con una leyenda que dice: “Prohibido maquillarse los ojos dentro del taxi”. Sonrío, pienso en los motivos diversos por los cuales se encuentra ese sticker ahí. Entonces, concluyo mientras observo un lado de la ciudad, que para toda limitación, para cada prohibición siempre, siempre hay una posibilidad…


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